La consigna para este segundo trabajo seria algo mas o menos así: realizar un objeto multiestetico, en este caso sera una caja que pueda ser transportable y que tenga un paso del exterior al interior de la misma. En este objeto se debe hallar representado a través de los cinco sentidos , un escenario: el Río Paraná y su paisaje por la noche, esta experiencia debe estar iluminada por John Berger y Juan L.Ortiz. Además de una carpeta teórica en la que se encuentren tanto, el proceso realizado para confeccionar el objeto como las justificaciones del mismo.
-Veamos para empezar algo de Juan L Ortiz...
Manteniéndose en la periferia, en su tierra natal, casi fuera de todo sistema, Juanele logra, sin proponérselo, que el sistema vaya a él...Largas y numerosas peregrinaciones son emprendidas para conocer al maestro.Son los medios, los que se ocuparán de él, los que van hacia el escritor.El poeta recibe a todos con hospitalidad de maestro budista. Se ocupa de escuchar lo que el paisaje dice.Y lo que no. Lo que no dice.«Todo me excede, todo me excede siempre».
NACIMIENTO ETC.Juan L. Ortiz (1896- 1978) nace en Puerto Ruiz, Gualeguay, provincia de Entre Ríos. Es el menor de diez hermanos.Pronto se relaciona con la música y la pintura. Pronto también, con sus ideas políticas, que siempre estarán ligadas a la revolución.«Yo diría como Artaud o como Césaire que la poesía está unida ahora a la revolución.» —declarará en un reportaje. Será fiel a esta idea durante toda su vida.De niño, la temprana visión de unas vacas ordeñadas en la niebla del primer amanecer detonan algo: el salvajismo de su mirada para siempre.
COSAS INFINITAS«¿Quien al andar por el crepúsculo o al trazar una flecha de su pasado, no sintió alguna vez que se había perdido una cosa infinita?»Tal pregunta de «El hacedor» de Jorge Luis Borges (Paradiso, XXXI, 108) bien podría aplicarse a la poética Juan L. Ortiz.Pero a diferencia del laureado Borges, el poeta entrerriano, dedica las casi mil páginas de ese CONTINUO que es su obra, al intento de hacer fluir, a través de su poesía, todo lo inasible que nos rodea.Y lo hace desde el margen, la periferia, erigiéndose casi sin quererlo en mito y referente, en poeta de poetas.Lo hace «pintando su aldea», pero no del modo en que lo haría un cronista, sino como es misión del poeta: en palabras de Hölderlin: «entregar al pueblo, velados en su canto, los dones celestes».«Me has sorprendido, diciéndome, amigo,que «mi poesía»debe de parecerse al río que no terminaré nunca, nunca de decir...»
SIMBOLISMOJuanele descifra el «bosque de signos » de «la naturaleza como pilar viviente» (Baudelaire, en el soneto IV de «Las flores del mal» deja en claro las correspondencias propias del simbolismo).El poeta sorprende los «signos de los dioses».Pero la distorsión en las percepciones, el «desarreglo de los sentidos», proclamado por Rimbaud, no acontece por el exceso, «los paraísos artificiales», sino a través de la mesura. ¿Los paraísos naturales?Sobreviene una forma de calma oriental digna de los poetas chinos que tanto admiró Juan L. Ortiz. Entonces, el arte acontece como desocultación del mundo, acorde a la filosofía de Heidegger.No pensamos esta asociación como algo forzado.Juanele define la poesía como «la intemperie sin fin». Hay consonancia con «los tiempos de indigencia» anunciados por Hölderlin.La intemperie propicia la revelación del ser.«Cuándo, cuándo, mi amiga, junto a las mismas bailarinas del fuego,cuándo, cuándo, el amor no tendrá frío?»
PUBLICACIÓNPublica gracias a la insistencia de sus amigos. El más célebre de ellos es Carlos Mastronardi, autor de «Luz de Provincia».Tiene una breve estadía en Buenos Aires. Luego de dos años retorna a su tierra, de donde no volverá a salir excepto para un viaje por los países socialistas.Hacia 1950 se convierte en referente inevitable del grupo «Poesía Buenos Aires». Muchos de los más grandes poetas peregrinarán para conocerlo.Llegan Raúl González Tuñon (su gran amigo, según Neruda, «el primero en blindar la rosa», Edgar Bayley, Juana Bignozzi, Paco Urondo, Francisco Madariaga entre otros.Atención a los títulos de sus libros, que irán publicándose en ediciones mínimas: «El agua y la noche», «El alba sube...», «El ángel inclinado», «La rama hacia el este», «El álamo y el viento», «El aire conmovido», «La mano infinita», «La brisa perfumada», «El alma y las colinas» y «De las raíces y del cielo». «En el aura del sauce» se incluye los diez libros anteriores, más tres inéditos: «El junco y la corriente», «El Gualeguay» y «La orilla que se abisma».Su obra completa, paradójicamente o no, para un poeta que solo aspiraba a la levedad, es un libro de más de mil páginas... Que empieza y termina en cualquier parte. Como el río. Que es a cada momento diferente.« Sí, mi amiga, estamos bien, pero tiembloa pesar de esas llamas dulces contra junio… »
CHINA: EL JUNCO Y LA CORRIENTEViaja a los países socialistas en 1957. Se sorprende al hallar al otro lado del mundo, en la China maoísta de la revolución, un paisaje similar al de su tierra.Conservará un recuerdo entrañable de ese otro mundo, tan cerca, tan lejos, plasmado en el libro «El junco y la corriente». Piensa en sus amigos, sus hermanos al otro lado del mundo, junto a otro río.:«Oh, las figuras del cariño, dónde,¿dónde ellas?Llueve en mi corazón y llueve sobre el Yan Tsé...Pero por qué no estáis aquí.vidas, oh dulces vidas, alas que yo no sabía en otro espaciotambién que el de mi corazón...?»
TIPOGRAFÍA Y ESTILOSabido es que Juanele posee un carácter visual del poema, lo que lleva a cada signo a ser insustituible. Posee una máquina de escribir con caracteres en tamaño 8 (una letra muy pequeña) y así deben leerse sus poemas. Sostiene una inclaudicable discusión con una editorial española que quiere adaptar la tipografía de sus poemas al tamaño normal (esto es, los más legibles 11 o 12). Lejos de la simplicidad que demuestra el hombre, su poesía irá tornándose cada vez más compleja. Para seguir diciéndose y diciendonos. Para abrir preguntas inmensas, inconmensurables.«No podemos entrar, Abril, en tu/dicha translúcida.Hay una sombra, Abril,la sombra de una inquietud,que nos deja en la orilla, en la/ orilla, temblando de tu dicha..»
ESTILO. MOTIVOS.La luz de octubre, abril, los meses y las estaciones, se hacen motivo en su poesía.Diminutivos (florcita, espinillo), guiones de diálogo, largos versos rematados por un signo de pregunta, son algunas de las características de una sintaxis, siempre en el borde, la orilla. Algunas palabras recurrentes: ella, la niña, la amiga (¿corporizaciones de la poesía?) Serán esos signos de interrogación que por sorpresa cierran largos versos una forma de sugerir que cualquier discurso que no sea una pregunta es un totalitarismo?“¿Hay entre los árboles una dicha pálida.final, apenas verde, que es un pensamientoya, pensamiento fluido de los árboles,luz pensada por éstos en el anochecer?”
¿QUIÉN FUE AL RÍO?¡Quién puede pintar un árbol sin transformarse él mismo en árbol!(Nietzsche)Tal vez lo más cercano a un arte poética en Juanele sea el poema «Fui al río», publicado en 1937 en «El ángel inclinado»•.En el primer párrafo siente al río cerca, está frente al río.«La corriente decía/ cosas que no entendía».Se angustia en su intento de comprender al río, «qué decía el cielo vago y pálido en él ».En el segundo párrafo del poema, el poeta regresa del paseo y aparece una pregunta.«Regresaba/ –era yo el que regresaba?»Entonces, de pronto, siente un río corriendo dentro de sí.Ya no hay diferenciación entre hombre y paisaje.Ya no está «frente» al río. Es parte de él.«Me atravesaba un río, me atravesaba un río!»
REPORTAJES. ALGUNAS DEFINICIONES.Juanele aclara algunas cosas en los reportajes.Consultado acerca de si hay algo de soberbia en su actitud al margen del sistema: «No, no, ni soberbio ni seguro. Tengo algo así como un poco de dolor, sí, de dolor, esa es la palabra, de no sentirme seguro... no me siento seguro ni de la expresión, alguien me habló de «la riqueza del lenguaje », no... esto no lo es».Acerca de la permanencia en su provincia:«Acaso he decidido pasar, como bien dice Machado, «la prueba de la soledad en el paisaje»; dura prueba para todo escritor».Acerca de la función del poeta:«En China se siente el acento puesto en la revolución. Mao dice siempre que en la revolución no hay detenciones».Acerca del desarreglo de los sentidos:«Ahora mismo cuando estuve enfermo, veía los árboles venir hacia mí como Rilke en Muzot, cuando le parecía que cada árbol respiraba con los pulmones de él».Acerca de «concretar» una obra:«Todo me excede siempre. Ninguna realización me ha conformado».«Yo amo la poesía en estado de latencia».
EPÍLOGO O CONTINUIDAD:El hombre. El mito. El intelectual. El revolucionario. Sigue fluyendo.
(Nota de j.g. publicada en la revista La otra, número 19 )
Por Javier Galarza 15.02.09
-Y ahora veamos a Johm Berger...
Escritor nacido en Londres, inició su vida profesional como pintor y profesor de dibujo. Las marcas de la guerra en el futuro incierto de su padre, el radicalismo político postergado de su madre y la dureza de la escolaridad británica lo hicieron anarquista a los quince años, desertor del preparatorio de Oxford a los dieciséis, y alumno rebelde más tarde en la Escuela Central de Bellas Artes. Después del fin de la guerra, su fe marxista, otra escuela de arte, esta vez en Chelsea con profesores artistas como Henry Moore, y el primer oficio, una columna semanal de crítica de arte en el New Statesman y el Tribune, editado por George Orwell. Su primera novela, Un pintor de nuestro tiempo, fue duramente criticada por su aparente simpatía con la dirigencia húngara prosoviética; y su ensayo Modos de ver, libro de referencia para toda una generación de historiadores de arte, fue un éxito inesperado. Recibió el Premio Booker por su novela G, donando sus beneficios en parte a las Panteras Negras. Más tarde se exilio definitivamente en el continente europeo, en una pequeña comunidad de campesinos en los Alpes y actualmente dividide su vida entre un suburbio parisino durante el invierno y el pueblo alpino en verano. Las novelas de Berger hablan de una dialéctica moderna implacable entre memoria y pérdida, progreso y nueva barbarie. Su trilogía De sus fatigas, compuesta de Puerca tierra (1979), Una vez en Europa (1983) y Lila y Flag (1990), es una extendida meditación sobre el camino del campesino que cambia una pobreza por otra en la ciudad. Su novela más reciente King es el destino último de la diáspora rural y la contracara más atroz de la utopía urbana. En la actualidad es uno de los novelistas y ensayistas más originales y revelantes del mundo anglosajón.
-Pasare a mostrar un texto que me intereso mucho de este autor y que en cierta forma establece una relación con el poema de Juan L Ortiz que tengo en mente para mi trabajo.
Un secreto profesional
“Cuando alguien está muerto, uno se da cuenta a doscientos metros de distancia”, dice Goya en una obra que escribí. Su silueta se enfría”.
Quería ver la pintura de un Cristo muerto hecha por Holbein. La pintó en 1552 cuando tenía veinticinco años. Es larga y fina –como una losa en la morgue, o como la mesa de un altar– aunque parece que esta pintura nunca estuvo junto a un altar. Existe una leyenda que dice que Holbein la pintó tomando como modelo el cuerpo de un judío que se ahogó en el Rin.
He escuchado y leído sobre esta pintura. De nadie menos que del Principe Mishkin de El Idiota. “¡Esa pintura!” –exclamó. “¡Esa pintura! ¿Te das cuenta lo que podría lograr? Podría hacer que un creyente perdiera su fe”.
Dostoievsky debe haber estado tan impresionado como el Principe Mishkin, porque hace decir a Hipólito, otro personaje de El Idiota: “Suponiendo que en el día anterior a su agonía el Señor hubiera visto esta pintura, ¿habría sido capaz de ir hacia su crucifixión y muerte como lo hizo?”.
Holbein pintó una imagen de la muerte sin ningún signo de redención. ¿Pero cuál es exactamente su efecto?
La mutilación es un tema recurrente en la iconografía cristiana. Las vidas de los mártires, Santa Catalina, San Sebastián, Juan el Bautista, la Crucifixión, el Juicio Final. El asesinato y el rapto son temas comunes en la pintura motivada por la mitología clásica.
Ante el San Sebastián de Pollaiuolo, en vez de estar horrorizados (o persuadidos) por sus heridas, somos seducidos por los miembros desnudos tanto del verdugo como del ejecutado. Ante El rapto de las hijas de Leucipo, de Rubens, meditamos sobre noches de amor compartido. No obstante, este pase de prestidigitación por el cual una serie de apariencias reemplaza a otra (el martirio deviene una olímpica: el rapto una seducción) es, con todo, el reconocimiento de un dilema original: ¿cómo ocurre que lo brutal puede ser hecho visualmente aceptable?
La pregunta surge con el Renacimiento. En el arte medieval el sufrimiento del cuerpo estaba subordinado a la vida del alma. Y éste era un artículo de fe que el espectador llevaba consigo ante la imagen; la vida del alma no tenía por qué ser demostrada en la imagen misma. Buena parte del arte medieval es grotesco –un recordatorio de la falta de valor de todo lo que es físico. El arte renacentista idealiza el cuerpo y reduce la brutalidad al gesto (una reducción equivalente ocurre en los westerns: basta prestar atención a John Wayne o a Gary Cooper). Las imágenes de brutalidad (Brueghel, Grünewald, etcétera) fueron marginales a la tradición renacentista de armónicas ferocidades, ejecuciones, crueldades, masacres.
A comienzos del siglo XIX Goya, por causa de su decidida aproximación al horror y la brutalidad, se transformó en el primer artista moderno. Con todo, aquellos que prefieren sus grabados preferirían no mirar los cuerpos mutilados que retratan con tanta fidelidad. Forzosamente volvemos a la misma pregunta, que podríamos formular de modo distinto: ¿cómo procede la catarsis en el arte visual, si es que lo hace?
La pintura se distingue de las otras artes. La música, por su naturaleza, trasciende lo particular y lo material. En el teatro las palabras redimen a los actos. La poesía canta a la llaga pero no a los torturadores. Sin embargo, la silenciosa transacción de la pintura es con las apariencias y es poco usual que los muertos, los heridos, los vencidos o los torturados parezcan hermosos o nobles.
¿Puede una pintura ser compasiva?
¿Cómo se hace visible la piedad?
¿Nace quizás cuando el espectador enfrenta el cuadro?
¿Porque algunas obras suscitan compasión y otras no? No creo que en ellas asome la piedad en ella. Una costilla de cordero pintada por Goya conmueve y concita más compasión que una masacre pintada por Delacroix.
Entonces, ¿cómo procede la catarsis?
No lo hace. Las pinturas no ofrecen catarsis. Ellas ofrecen otra cosa, similar pero distinta.
¿Qué?
No lo sé. Por eso deseaba ver el Holbein.
Creíamos que el Holbein estaba en Berna. La tarde en que llegamos descubrimos que estaba en Basilea. Como recién habíamos cruzado los Alpes en una motocicleta, los cien kilómetros extra nos parecieron demasiados. Decidimos visitar el museo de Berna durante la mañana siguiente.
Es una galería tranquila, bien iluminada, casi como un velero espacial de una película de Kubrick o de Tarkovsky. A los visitantes se les pide que prendan la entrada en sus solapas. Vagamos de sala en sala. Un Courbet con tres truchas, 1873. Un Monet con escarcha rompiéndose sobre un río, 1882. Un Braque cubista de la primera época, casas en L'Estaque, 1908. Un Paul Klee, canción de amor con luna nueva, 1939. Un Rothko, 1963.
¡Cuánto coraje y energía fueron necesarios para luchar por el derecho a pintar de maneras diferentes! Y hoy estas telas, resultado de esa lucha, cuelgan pacíficamente al lado de las pinturas más conservadoras: todas unidas por el agradable aroma del café que flota desde la cafetería próxima a la librería del museo.
¿Por qué fueron peleadas esas batallas? En lo elemental, por el lenguaje de la pintura. Ninguna pintura es posible sin un lenguaje pictórico. No obstante, con el nacimiento del modernismo después de la Revolución Francesa, el uso de cualquier lenguaje siempre fue un asunto controvertido. Las batallas enfrentaron a custodios e innovadores. Los custodios pertenecían a instituciones que tenían detrás una clase dominante o una elite que necesitaba apariencias ejecutadas de tal modo que sostuvieran la base ideológica de su poder.
Los innovadores eran rebeldes. Dos axiomas nos deben quedar en claro: la sedición, por definición, cuestiona la gramática; el artista es el primero en reconocer cuando un lenguaje está mintiendo. Yo estaba bebiendo mi segundo café y cavilaba aún acerca del Holbein, a cien kilómetros de allí.
En El Idiota, Hipólito prosigue diciendo: “Cuando se mira esta pintura, se imagina la naturaleza como un monstruo, mudo e implacable. O más bien –y por muy inesperada que la comparación pueda parecer, está más cerca de la verdad, mucho más cerca–, se imagina la naturaleza como una enorme máquina moderna, insensible, callada, que arrebató, aplastó y se tragó un gran Ser, un Ser invalorable que, por sí solo, vale la naturaleza entera...”.
¿Acaso el Holbein conmovió tanto a Dostoievski porque era lo opuesto a un icono? El icono redime a través de las plegarias que alienta con los ojos cerrados. ¿Es posible que el coraje de no cerrar los propios ojos pueda ofrecer otra clase de redención?
Llegué hasta a un paisaje pintado al comienzo del siglo por una artista llamada Caroline Müller –Chalets alpinos en Sulward cerca de Isenflushul. El problemaplanteado al pintar montañas es siempre el mismo. La técnica queda disminuida (como todos nosotros) por la montaña, de modo que la montaña no está viva; solo esta allí, como la piedra sepulcral de un distante ancestro blanco o gris. Las únicas excepciones europeas que conozco son Turner, David Bomberg y el pintor berlinés contemporáneo Werner Schmidt.
En la tela un poco monótona de Caroline Müller tres pequeños manzanos me hicieron contener la respiración. Ellos habían sido vistos. Su haber-sido-vistos se podía sentir a través de ochenta años. En ese pequeño trozo de tela el lenguaje pictórico al que había recurrido la pintora dejó de ser solamente algo logrado, para convertirse en apremiante.
Cualquier lenguaje aprendido siempre tiene una tendencia a cerrar, a perder su poder significante originario. Cuando esto ocurre ese lenguaje puede dirigirse directamente hacia la mente cultivada, pero entonces elude el “estar-ahí” de las cosas y los eventos.
“Palabras, palabras, meras palabras, aunque provengan del corazón”.
Sin un lenguaje pictórico nadie puede mostrar lo que ha visto. Con solo uno, se podría dejar de ver. Tal es la extraña dialéctica de la práctica de la pintura o de dibujar apariencias desde los inicios del arte.
Llegamos a un inmenso salón con cincuenta telas de Ferdinand Hodler. El trabajo de una vida gigantesca. Sin embargo, en sólo una de las obras él había olvidado su técnica consumada y nosotros pudimos olvidar que estábamos contemplando a un virtuoso del pigmento. Se trataba de una pintura relativamente pequeña y mostraba a una amiga del pintor, Augustine Dupin, agonizando en su cama. Augustine había sido vista. El lenguaje, al ser usado, había abierto.
¿Fue en este sentido que el judío ahogado en el Rin fue visto por un Holbein de veinticinco años? ¿Y qué es lo que ser-visto significa?
Volví sobre mis pasos para mirar las pinturas que había estudiado antes. En el Courbet de los tres peces que colgaban arponeados de una rama, una extraña luz permea sus corpulencias y sus pieles húmedas. No tiene nada que ver con relucir. No está en la superficie pero llega a través de ella. Una luz similar pero no idéntica (es más granular) también nos es transmitida a través de los guijarros de la orilla del río. Esta energía-luz es el auténtico tema del cuadro.
En el Monet, el hielo comienza a resquebrajarse sobre el río. Entre los opacos y mellados pedazos de hielo hay agua. En esa agua (pero no sobre el hielo), Monet alcanzó a ver los inmóviles reflejos de los álamos sobre la lejana orilla. Y estos reflejos, vislumbrados detrás del hielo, son el corazón de la pintura.
En el Braque de L'Estaque, los cubos y triángulos de las casas y las formas en V de los arboles no están impuestas sobre lo que su ojo vio (como ocurrirá más tarde con los manieristas del cubismo), sino dibujadas desde él, empujadas desde detrás, salvadas desde donde las apariencias habían comenzado a asomarse pero sin haber alcanzado aún su completa particularidad.
En el Rothko el mismo movimiento es aún más claro. La ambición de su vida consistió en reducir la sustancia de lo aparente a la tenuidad de una película, fulgurada por lo que había detrás. Detrás del rectángulo gris hay madreperla, detrás del más angosto rectángulo marrón, yodo del mar. Oceánicos, ambos.
Rothko fue un pintor conscientemente religioso. Pero Courbet no. Si pensamos a las apariencias como una frontera, se podría decir que los pintores buscan mensajes que cruzan la frontera: mensajes que provienen desde la parte posterior de lo visible. Y esto no porque todos los pintores sean platónicos, sino porque miran muy arduamente.
La hechura de imágenes comienza con la interrogación de las apariencias y haciendo marcas. Todo artista descubre que dibujar –cuando es una actividad apremiante– es un proceso de dos direcciones. Dibujar no es sólo medir y bosquejar; es también recibir. Cuando la intensidad del mirar alcanza cierto umbral, nos volvemos concientes de una energía intensa equivalente que viene hacia nosotros a través de la apariencia de aquello que estamos escudriñando, sea lo que ello fuere. El trabajo de la vida de Giacometti es una demostración de esto.
El encuentro de estas dos energías, su diálogo, no adquiere la forma de la pregunta y la respuesta. Se trata de un diálogo feroz e inarticulado. Mantenerlo requiere fé. Es como horadar en la oscuridad, una perforación bajo lo aparente. Las grandes imágenes surgen cuando los dos túneles se encuentran y se unen perfectamente. Algunas veces, cuando el diálogo es vivaz, casi instantáneo, es como algo lanzado y vuelto a tomar.
No puedo ofrecer una explicación para esta experiencia. Simplemente creo que muy pocos artistas la negarían. Es un secreto profesional.
El acto de pintar –cuando su lenguaje abre– es una respuesta a una energía que es experimentada como viniendo desde atrás de una serie dada de apariencias. ¿En qué consiste esa energía? ¿Podríamos llamar la voluntad de lo visible al hecho de que la vista deba existir? El Maestro Eckardt hablaba de la misma reciprocidad cuando escribió: “El ojo con el cual veo a Dios es el mismo ojo con el cual Él me ve a mí”. Es la simetría de las energías la que aquí nos ofrece un indicio, no la teología.
Todo acto verdadero de pintar es el resultado de someterse a esa voluntad, de modo que en la versión pintada lo visible no es simplemente lo interpretado sino aquello a lo que se le ha permitido tomar su lugar activamente en la comunidad de lo pintado. Cada acontecimiento que ha sido pintado –de tal modo que el lenguaje pictórico abre– se une a la comunidad de todo lo que ha sido pintado. Las papas en un plato se unen a la comunidad de una mujer amada, una montaña, o un hombre en una cruz. Esto –y sólo esto– es la redención que ofrece la pintura. Este misterio es lo más cercano a la catarsis que puede ofrecer la pintura.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario