lunes, 3 de agosto de 2009
Marzo entre las cañas sigue lloviendo sobre ti...
Este objeto multiestilístico surge con la intención de que el espectador pueda experimentar o percibir a través de sus cinco sentidos la idea del Río Paraná que he logrado conformar luego de elegir un poema de Juan L. Ortiz. El poema que dará origen a este trabajo es “A prestes (Mi galgo)”
Has muerto, silencioso amigo mío, has muerto...
¿En qué prados profundos te hundiste para siempre cuando llovía
oscuramente?
- Marzo, anoche, apagaba la sed larga...
Tu cabeza, tras el último suspiro, quedó más fina aún en la línea
final.
Y era como si corrieras acostado un no sé qué fantástico que huía,
huía...
Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, has muerto...
Cuántos minutos claros, cuántos momentos eternos, contigo,
compañero de mis mañanas cerca del agua, de mis atardeceres
flotantes...
en el dulce calor, en el viento de las hierbas, en los filos del frío,
en la luz que se despide como un infinito espíritu ya herido...
Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, cómo nos entendíamos ...
Esta tarde hubiéramos salido a mirar los oros transparentes, casi
íntimos...
¿Qué veías allá, sobre las islas, cuando enhestabas las orejas?
¿Y te tocaba el blanco alado de la vela lejana?
Oh, los perfumes de las gramillas y de la tierra, qué ríos de éxtasis!
Y tu tensión cuando algo corría abajo...
Duro para mí, estúpido de mí, que te contenía sobre las traseras patas
sólo,
Vibrante en tu erguida esbeltez posada apenas...
Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, compañero de mi labor...
Echado a mi lado, las horas lentas, alzabas de repente tus ojos
largos,
ay, llenos de signos sutilísimos, y a veces,
una tenue luz que venía no se sabe de dónde humedecía su
melancolía sesgada...
¿En qué secretas honduras sentías entonces mi mirada?
.................................................................................................
Larga fue tu enfermedad y tu latido profundo se hizo delgado, casi una
queja ya...
Oh, esta queja, oh, tu llamado débil, cuando sentías acaso que “la
sombra” venía
y requerías a tu lado las familiares presencias queridas...
Duro de mí, estúpido de mí, que a veces no prestaba suficiente atención
a tu llamado
ni lo entendía en su miedo de la rondante noche absoluta, de la
marea definitiva,
miedo de hundirte solo, sin la luz del “aura” amada junto a la ola
fatal,
tú, el de la adhesión plena, el de la estilizada cabecita beata sobre la
falda, sentados a la mesa
o leyendo yo sin haberte mullido el sueño fiel al lado de la silla...
Ay, oigo todavía tu llamado, tu llanto débil, impotente, de una
imploración seguida...
Las voces no estaban lejos pero las querías alrededor de ti contra el
silencio que llegaba...
Ay, oigo todavía tu llamado, tu súplica latida como desde una
medrosa pesadilla,
mientras mi corazón lo mismo que tus flancos, sangra, sangra, y
Marzo, entre las cañas, sigue lloviendo sobre ti...
(de La brisa perfumada, 1954)
Luego de leer varias veces el poema me fueron surgiendo muchísimas ideas de cómo encarar el trabajo, de la realización concreta del mismo, pero me resultó difícil elegir el concepto que trataría ya que es un poema que aborda conceptos amplios y abstractos, pero finalmente lo que deseo transmitir son los recuerdos que provocó en el personaje (Juan L. Ortiz) la muerte de su mascota amiga, recuerdos que son producto de una ya ausencia infinita.
Para ello confeccione una caja de madera que pinte de negro con la intención de generar la “caja negra” que registra, y guarda en ella hechos ocurridos, en este caso estos hechos ocurridos serian los recuerdos, recuerdos que únicamente forman parte de un pasado. Este cubo es de fácil acceso, tiene una tapa en su parte superior y dos puertas en sus laterales. Dentro del mismo se encuentra un nuevo objeto de vidrio que representa “los oros transparentes”que solían visitar el personaje del poema con su mascota. Este frasco se encuentra rodeado del lado exterior por el barro arcilloso y “pegajoso” propio del Río Paraná. Es en esta instancia donde el espectador puede intervenir a través de su tacto teniendo la experiencia de tocar este barro. Además éste estará roseado con azúcar que representará de forma casi directa el agua dulce de este río. Es en este caso donde se hace referencia a la experiencia gustativa a través del azúcar.
Observando a través del vidrio notaremos que dentro hay agua que se ve oscura solo porque las paredes de la caja están pintadas de negro, es decir que el agua no tiene ningún tinte. En el fondo veremos algunas piedritas y unas tiras de nylon que simulan ser vegetales. Si nos acercamos y olemos el agua sentiremos un aroma que no hace referencia al olor del río sino más bien a flores o a hierbas a las que hace referencia en su poema Juan L. Ortiz. Con esta experiencia logramos hacer interferencia del olfato. En este pequeño “ecosistema” nos encontramos con lo principal del trabajo, aparece el personaje del poema inclinado sobre un cofre abierto, el que se encuentra vacío. El vacío del cofre representa la ausencia de su compañero, aquello que muchas veces solemos nombrar como el vacío que no es llenado con nada. Juan L. Ortiz experimenta la muerte de su mascota amiga como recuerdos tristes, como momentos que ya no existen ni volverán a existir. John Berger hace referencia de la muerte en sus escritos, y en uno de ellos 12 Tesis sobre la economía de los muertos, habla de los recuerdos que tiene no el vivo, si no de los recuerdos que se lleva quien muere en el punto n°8, “ La diferencia entre los muertos y los que no nacieron es que los muertos tienen ese recuerdo. (…).” Aquí Berger hace una referencia a los recuerdos, pero también habla de la memoria de los muertos, él dice ”su memoria de la vida” en el punto n°6, que no es mas que los recuerdos que ellos tienen de la vida que han experimentado.
En otra ocación, John Berger escribe sobre el drama palestino a través del recuerdo del poeta Mahmoud Darwish1, y describe el siguiente hecho: “Sucedió hace pocos días. Mi hijo Yves manejaba e íbamos hacia la ciudad de Cluses en los Alpes franceses. Había nevado. Las laderas de las colinas, los campos y los árboles estaban blancos, y la blancura de la primera nieve a menudo confunde a las aves, interfiriendo con su sentido de la distancia y la orientación. De pronto, un pájaro golpeó el parabrisas. Por el espejo retrovisor, Yves lo vio caer al costado del camino. Frenó y dio marcha atrás. Era un pájaro pequeño, un petirrojo. Atontado pero todavía con vida, abría y cerraba los ojos. Lo recogí de la nieve, lo sentí tibio en mi mano, muy tibio, los pájaros tienen la sangre a una temperatura más alta que la nuestra. Seguimos camino. De a ratos, yo lo revisaba. En media hora había muerto. Lo levanté para colocarlo en el asiento trasero del auto. Lo que me sorprendió fue su peso. Pesaba menos que cuando lo recogí de la nieve. Lo pasé de una mano a otra para asegurarme. Era como si la energía que tenía cuando estaba vivo, su lucha por la vida, lo hubiera hecho más pesado. Ahora era casi ingrávido. Tras sentarme sobre el pasto de la colina de Al Rabweh, ocurrió algo parecido. La muerte de Mahmoud había perdido su peso. Lo que quedaba eran sus palabras.”. De el mismo modo que Berger sostiene la muerte del poeta, la que pierde el peso dejando solo sus palabras, he tratado la muerte del galgo de Juan L. Ortiz, donde el galgo deja de luchar con su enfermedad y muere y deja en su dueño los recuerdos, como las palabras que deja Mahmoud.
1- Mahmoud Darwish: era considerado el poeta nacional y uno de los más célebres literatos árabes contemporáneos, nacido cerca de Acre el 13 marzo de 1941 y fallecido en Houston (Estados Unidos) el 9 de agosto de 2008. En su trabajo, Palestina se convirtió en una metáfora de la pérdida del Edén, el nacimiento y la resurrección, así como la angustia por el despojo y el exhilio.
Volviendo a la caja, perfore su base en el centro para que salga luz por él, e ilumine lo que hay dentro de la esfera. Esta luz tiene una conexión eléctrica que se encuentra debajo de la caja en una caja más pequeña. De este modo quise reforzar el sentido de la vista, ya que con la luz apagada prácticamente no se ve lo que hay dentro, y una vez que la luz esta encendida observamos lo que allí hay.
Juan L. Ortiz nos cuenta que el galgo muere cuando llovía oscuramente, es por esto que el objeto tiene el sonido de la lluvia, donde participa nuestro último sentido, el de la audición. Esta música “música de vida”, fue elegida por la melancolía que transmite, y refuerza además lo que deseo transmitir.
Para ir concluyendo destacaré que Juan L. Ortiz se encuentra sumergido en el agua ya que su relación de amistad con el galgo es relatada y relacionada constantemente por el autor con el río. Y con el cofre también sumergido trato de demostrar que los recuerdos han quedado en lo más profundo de lo que aparentemente ambos más querían, el río.
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